A TODAS NUESTRAS ROSAS LUCHADORAS

TODOS LOS DÍAS SON DÍAS DE PAÑUELOS ROSAS

Hoy, 19 de octubre, se tiñe el mundo de rosa, se hace homenaje a todas esas luchadoras que un día estaban tranquilas en casa, con sus familias, con sus trabajos, con la tranquilidad de que todo estaba controlado.

Pasa que un día, en una revisión rutinaria, o en una simple autoexploración en la que te surge la duda y vas a tu médico pensando que es una tontería… y ahí está.

Saltan las alarmas porque oír la palabra CÁNCER no es nada fácil. Porque no sabes qué va a ser de ti en unos meses. Porque sabes que harás sufrir a los tuyos. Porque sabes que cuando alguien te vea con un pañuelo en la cabeza, se compadecerá de ti. Sabes que vas a sufrir en silencio sin saber cómo va a terminar esta historia que no es de otra cosa sino de terror.

CÁNCER. Una palabra tan simple pero tan poderosa y pesada que te cae sobre la cabeza en el momento en el que te dan la noticia. Te sientes tan diminuta, que te hundes en el sillón de la consulta. Dejas de escuchar las palabras que te dice el médico y no piensas en ti. Piensas en tu pareja, en tus hijos, en tus padres… El médico sólo habla de tratamientos desconocidos para ti y de estadísticas de superación de la enfermedad, pero en ese momento sólo retumba “CÁNCER, CÁNCER, CÁNCER…”

Sales de la consulta y te encuentras desorientada, sin saber qué hacer, dónde ir, con quién hablar, cómo contar esta bomba que explotará en la cara de todos aquellos que te conocen.

Lloras. No encuentras otra manera. Necesitas hacerlo porque te sientes pequeña e indefensa.

Sales del hospital, pisas la calle y andas ensimismada, sonámbula, desorientada, hipnotizada, sin rumbo fijo. De repente, encuentras un parque donde juegan unos niños acompañados de sus padres. Te sientas, los observas, los ves felices, tanto como cuando tú eras como ellos, con tu primer hijo, con la ilusión de una nueva vida en la que parece que nada ni nadie va a tocar jamás tal felicidad. Pero ocurre. 

No puedes evitar empezar a llorar, a preguntarte el por qué has sido tú la elegida, si tan mala has sido en esta vida que te ha tocado este castigo. Aún no has decidido si pasar el tormento de la quimioterapia, de todos los tratamientos posibles que no te garantizan la total curación. Tienes la cabeza hecha un lío. ¿Vivir hasta el final sin hacer sufrir a nadie? ¿Luchar con uñas y dientes duela lo que duela, sufra lo que sufra, pero intentar alargar mi vida por los míos?

Entonces te das cuenta de que toda tu vida has inculcado a tus hijos que no hay que rendirse, que hay que tomar el toro por los cuernos y luchar, que hay que seguir adelante con la cabeza bien alta. “¿Qué ejemplo les daría si yo no lo hiciera?”.

Entonces noto que se sienta alguien a mi lado. Me saluda. No nos conocemos. La miro, y tiene su rostro hinchado, no tiene cejas, no tiene pelo, lleva un pañuelo en la cabeza.

Sin apenas darme tiempo a abrir la boca, ella ya ha leído mi mirada, mi mente, la expresión de mi cuerpo y me dice:

-Tengo cáncer de páncreas, uno de los peores. ¿Cuál es el tuyo?

Me costaba gesticular palabra, no lo había asumido, pero me sentía cómoda hablando con esa desconocida que estaba luchando por su vida aun sabiendo que probablemente no sobreviviría.

-De mama.

-Te vuelvo a hacer la pregunta, pero esta vez de otra manera, ¿cuál es tu cáncer?

No podía, un nudo dentro de mí me impedía decir esa maldita palabra. “CÁNCER”. Pero sentí respeto hacia aquella mujer que era una luchadora nata y valiente, luchando por la vida como nunca antes había visto a nadie.

-Tengo cáncer de mama. Me lo acaban de comunicar.

-Lo sé. Hace un tiempo yo me sentí tan perdida como tú. Al decirme el tipo de cáncer que tenía quise tirar la toalla antes de empezar. Pero después, pensé que vida sólo hay una y que estamos destinados a vivirla, sea bajo las circunstancias que sean. Al principio lo haces por mucha gente. Poco a poco te vas dando cuenta de quién es realmente tu gente. Te das cuenta de que no puedes desperdiciar tu tiempo con tonterías y que todos morimos antes o después, de una manera o de otra, pero en nuestro caso, como en otras tantas enfermedades, se puede hacer siendo valiente o cobarde. Yo he decidido ser valiente y eso me ha hecho conocer a mis dos nietos, disfrutar de mi familia y de mis amigos más tiempo. He aprendido a diferenciar entre la hipocresía y los sentimientos de verdad. A repartir mi tiempo entre las personas que quiero y me quieren y aquellas cosas que realmente me gusta hacer.

-Mi familia aún no sabe nada. Quise hacerme todo este proceso sola pensando que no sería nada y no quise preocuparles. Hoy me han dicho que tengo cáncer de mama, que hay un alto porcentaje de curación, pero me siento débil para luchar ahora mismo, al menos para enfrentarme a ello. De hecho, me cuesta hablar de ello. No sé todavía qué voy a hacer y cómo lo voy a encajar.

-Lucharás. Lo harás porque las mujeres estamos hechas de otra pasta, porque somos capaces de dar vida y, por tanto, de alargarla e incluso salvarla. Lo harás porque te lo debes, porque has sido valiente de llevar esto en silencio sin decirle nada a tu familia ni a tus amigos para acompañarte a una visita como la de hoy. Lucharás porque ellos son tu vida y no les vas a defraudar. Lucharás porque tienes que pensar en que esto es una carrera de fondo y debes pensar en cada paso, en cada zancada, y llegarás a la meta. Ve a tu casa y díselo ya a tu familia, no busques el momento adecuado porque nunca lo encontrarás. Sé natural y llora si lo necesitas, pero vuelve el próximo día a firmar para empezar tu tratamiento. Nos veremos aquí, yo también vengo aquí cada día de quimioterapia. Me relaja.

Se levantó y se fue. No me dijo su nombre, ni me dio su teléfono, simplemente me dio una lección de valentía para ser capaz de afrontar el camino pedregoso que me venía por delante.

Cuando volví a casa ya me estaban esperando todos. Me planté delante de ellos y los miré a los ojos, uno a uno, reteniendo esa mirada inocente y feliz que tenían para recordarla en los próximos meses…

Todo lo serena que pude, me armé de valor y lo dije, con todas las palabras, sin esconder ni una sola. Me miraban atentos, sabían que pasaba algo. “Tengo cáncer de mama”. Se hizo el silencio. De repente, se levantaron y me dieron un cálido abrazo familiar, el que hubiera necesitado en la consulta, y mi marido me susurró “lo vamos a superar”.

Volví varias semanas seguidas a aquel parque para agradecer a aquella mujer la lección de valentía que en un momento me dio. Sus consejos que tanto me han ayudado en esta lucha, pero nunca más apareció. 

Hoy me preparo para correr mi primera carrera contra el cáncer de mama, después de haber superado aquel infierno y se la dedico a aquella desconocida que me salvó la vida, la corro por los míos que nunca me han dejado caer, la hago por mí misma y por todas las que lucharon y no lo lograron, por las que lo han logrado superar como yo y por las que desgraciadamente se sumarán a este sufrimiento, a esta lucha. 

“TODOS LOS DÍAS SON DÍAS DE PAÑUELOS ROSAS”

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